Refugiarse del patriarcado: Cuando ser mujer desplazada es una condena

(English below)

Miles de personas son desplazadas por conflictos, persecuciones políticas, crisis climáticas, pero muchas tienen en común una misma razón para huir: la violencia de género. El día de hoy, miles de mujeres cruzan fronteras huyendo de una violencia que no solo amenaza sus países, sino también sus cuerpos. 

En el marco del 8 de marzo es tiempo de reflexionar y actuar sobre la crisis de personas refugiadas. Una pregunta que lanzo es: La experiencia del desplazamiento ¿es vista desde una mirada masculina y entonces invisibiliza los riesgos, cicatrices, resistencia, voces y experiencia de las mujeres refugiadas? Mi respuesta: sí. 

La historia de los conflictos armados y la violencia que obliga a huir está escrita en los cuerpos de las mujeres. En conflictos armados pasados, recientes y actuales la violencia en contra de las mujeres ha sido utilizada como un arma de guerra, para desmoralizar y destruir comunidades enteras. Violaciones en masa, esclavitud sexual y embarazos forzosos son estrategias de terror, empleadas por hombres, y obligan a las mujeres a huir con sus hijas e hijos a territorios desconocidos, donde además de los retos que tiene en sí el desplazamiento, encuentran nuevas formas de abuso y explotación.

Ser mujer en muchas partes del mundo es, en sí mismo, un factor de riesgo. En Afganistán, las mujeres han perdido casi todos sus derechos desde el regreso del régimen talibán. En Sudán, en la guerra civil, cientos o tal vez miles de mujeres y niñas han sido violadas. En Centroamérica y México, las organizaciones criminales y pandillas abusan de mujeres y niñas por medio de la trata o de la violencia sexual, con total impunidad. 

En cada crisis humanitaria, las mujeres huyen no solo del conflicto armado, sino también de situaciones que quedan atrás del propio conflicto, invisibilizadas: la violencia doméstica, el matrimonio forzado, la mutilación genital, el trabajo forzado, la violencia económica, entre otras. Pero el desplazamiento no garantiza la seguridad. En las rutas migratorias, las mujeres refugiadas se enfrentan a redes de trata, violencia de género en campamentos y la indiferencia de gobiernos y sistemas migratorios diseñados sin perspectiva de género, diseñadas como lo mencionaba, desde una perspectiva de los hombres. 

Cuando las mujeres logran cruzar fronteras, la violencia en muchas ocasiones las persigue, como a Luz, una mujer nicaragüense, solicitante de asilo en México, que fue asesinada por su pareja el 23 de diciembre del año pasado. Sin acceso a la justicia ni a sistemas gubernamentales que las protejan, sin documentos, empleo, salud reproductiva y con el miedo constante a ser devueltas a la violencia que dejaron atrás, muchas mujeres terminan atrapadas en un limbo de precariedad. Otras, en el peor de los casos, desaparecen víctimas de trata o de algún tipo de violencia mortal, como Luz. 

A pesar de estos desafíos, las mujeres refugiadas resisten. La resiliencia de estas mujeres es un acto revolucionario, que no se ve desde lo cotidiano, que no se ve en un mundo que las ha empujado a quedarse en el margen.

¿Y ahora qué?

Las mujeres refugiadas necesitan más que nuestra solidaridad pasajera, necesitan más que un reconocimiento de un día, necesitan cambios estructurales desde la visión de la mujer. Pero también necesitan apoyo concreto: Dona, comparte y apoya. Donar a organizaciones como Asylum Access, visibilizar sus historias, exigir políticas migratorias con perspectiva de género y, si es posible, extender la mano a una mujer refugiada en nuestra comunidad. 

El exilio femenino no es solo un fenómeno migratorio, es un síntoma machista de un mundo que sigue fallándole a las mujeres. Cambiar esa realidad sí puede estar en nuestras manos.

Texto por: Lucía Guadalupe Chávez Vargas

Directora Ejecutiva – Asylum Access México


Seeking Refuge from Patriarchy: When being a displaced woman becomes a sentence

Thousands of people are displaced due to conflicts, political persecution, and climate crises, but many share a common reason for fleeing: gender-based violence. Today, thousands of women cross borders, escaping a kind of violence that not only threatens their countries but also their bodies.

In the framework of International Women’s Day, March 8, it is time to reflect and act on the refugee crisis. One question I pose is: Is the experience of displacement seen through a male lens, thereby erasing the risks, scars, resilience, voices, and experiences of refugee women? My answer: yes.

The history of armed conflicts and the violence that forces people to flee is written on women’s bodies. In past, recent, and ongoing conflicts, violence against women has been used as a weapon of war to demoralize and destroy entire communities. Mass rape, sexual slavery, and forced pregnancies are terror strategies employed by men, forcing women to flee with their children to unknown territories where, beyond the inherent challenges of displacement, they face new forms of abuse and exploitation.

Being a woman in many parts of the world is, in itself, a risk factor. In Afghanistan, women have lost nearly all their rights since the Taliban regime returned to power. In Sudan, amid civil war, hundreds or perhaps thousands of women and girls have been raped. In Central America and Mexico, criminal organizations and gangs abuse women and girls through trafficking and sexual violence with total impunity.

In every humanitarian crisis, women flee not only from armed conflict but also from situations that remain hidden behind it: domestic violence, forced marriage, female genital mutilation, forced labor, economic violence, among others. But displacement does not guarantee safety. Along migration routes, refugee women face human trafficking networks, gender-based violence in camps, and the indifference of governments and immigration systems designed without a gender perspective—systems created, as I mentioned, from a male-dominated perspective.

Even when women manage to cross borders, violence often follows them, as in the case of Luz, a Nicaraguan woman and asylum seeker in Mexico who was murdered by her partner on December 23 last year. Without access to justice or governmental protection systems, without documents, jobs, reproductive healthcare, and with the constant fear of being sent back to the violence they fled, many women end up trapped in a cycle of precarity. Others, in the worst cases, disappear—victims of trafficking or deadly violence, like Luz.

Despite these challenges, refugee women resist. Their resilience is a revolutionary act—one that often goes unseen in a world that has pushed them to the margins.

What now?

Refugee women need more than our fleeting solidarity, more than a one-day recognition; they need structural changes shaped by women’s perspectives. But they also need concrete support: Donate, share, and advocate. Donate to organizations like Asylum Access, amplify their stories, demand gender-sensitive migration policies, and, if possible, extend a helping hand to refugee women in your community.

Female exile is not just a migration phenomenon—it is a misogynistic symptom of a world that continues to fail women. Changing that reality is in our hands.

Text by: Lucía Guadalupe Chávez Vargas

Executive Director – Asylum Access Mexico