Hello friend,
My name is Nuam Pii, and I am a refugee from Myanmar living in Malaysia. Today, I want to tell you the story of my journey and why it is vital for refugees to access fundamental human rights and be supported to lead the change we want to see in our communities.
My journey from home to my new home:
In the midst of uncertainty and fear, my family embarked on a journey that led us far from the land we once called home. Home, to us, was synonymous with safety, but we had to leave Myanmar in 2012 when I was just 11 years old. Our ethnic community, the Chin, had endured ceaseless persecution, pushing us to seek refuge in a neighboring country, Malaysia.
The memories of our village in Myanmar were marred by the relentless presence of the Burmese army, who frequently invaded our homes, menacing us with threats and confiscating our food and belongings. We were denied the basic freedom to practice our religious beliefs, and even our morning prayers and songs were met with complaints from neighbors who reported us to the authorities.
As we settled in Malaysia, the initial years mirrored the harrowing experiences of our homeland, a place cloaked in fear. We lived in the shadows for a decade, unregistered with the UNHCR, devoid of the essential documents that could protect us. The perpetual dread of detention and deportation back to Myanmar, where our lives were at stake, loomed over us.
Our integration into the community and hopes for full recognition:
Yet, a transformation began to take shape in the past two years. We immersed ourselves in the community, actively collaborating with local non-governmental organizations dedicated to assisting refugees. Amid the challenges and uncertainty, we found a safe haven within the heart of our community. While some locals discriminated against us, we also discovered support from many others. We began to envision a brighter future if only we could secure legal recognition in Malaysia.
The tropical climate and flavors reminiscent of our homeland’s cuisine endeared Malaysia to us. The tastes of dishes like Asam Pedas and Nasi Lemak brought a nostalgic touch to our daily lives. We embraced the opportunity to explore different places within the country and appreciate its magnificent natural beauty. Despite the constant fear stemming from our undocumented status, we were determined to make the most of our lives in this new home.
Our affection for Malaysia, however, was not without its challenges. The lack of legal recognition by the government posed formidable obstacles to our survival. To overcome these hurdles, many of us held onto the hope of resettlement, a chance to access the fundamental human rights that had eluded us for so long.
In the heart of our resilient community lay a deep-seated hope – the hope for fundamental human rights, especially quality education for the refugee children left behind in the struggle for a better life. We recognized that even when some of them attended community learning centers, the quality of education provided was far from ideal, leaving their prospects uncertain.
Another aspiration is the right to work, a vital opportunity that could enable us to send our children to school, pay rent, secure shelter, and put food on the table. Additionally, the crucial registration of women and children with UNHCR would provide some semblance of official documentation, easing our daily lives. We also recognize the necessity for more language training, especially for mothers, to facilitate better communication during hospital visits or encounters with the police. Proficiency in English or Malay is indispensable as we temporarily lived in Malaysia.
Our leadership and contributions:
In the midst of our struggles, a significant turning point came when I, along with many others, joined Asylum Access Malaysia as an interpreter. The role was far from easy, as it involved translating stories of past traumas that we could deeply relate to. However, at Asylum Access Malaysia, interpreters were treated with dignity and respect. We received training to enhance our professional skills.
In a heartwarming display of unity and support, World Refugee Day 2023 brought us together at an appreciation dinner organized by Asylum Access Malaysia. It was a moment of bonding, highlighting that the organization extended its support to refugees and asylum seekers, regardless of their ethnicity or background.
In our relentless pursuit of hope and change, we also lent a helping hand in our community office, accompanying fellow community members to hospitals for interpretation. We took on various tasks, demonstrating that each of us had a role to play in navigating the challenges of an inhumane system.
This story of ours reflects our evolving leadership within our community. Through perseverance and the determination to make a difference, we found our voices and hope in the face of adversity. As refugees, we became leaders in our own right, inspiring change and building a better future for ourselves and those around us.
Thank you for supporting us.
With appreciation,
Nuam Pii
Reclamando nuestro derecho de apoyar a nuestra comunidad
Hola,
Me llamo Nuam Pii y soy una persona refugiada de Myanmar que vive en Malasia. Hoy quiero contarte la historia de mi viaje y por qué es vital que las personas refugiadas accedamos a nuestros derechos humanos fundamentales y recibamos apoyo para liderar el cambio que queremos ver en nuestras comunidades.
Mi viaje de casa a mi nuevo hogar:
En medio de la incertidumbre y el miedo, mi familia emprendió un viaje que nos llevó lejos de la tierra que una vez llamamos hogar. Hogar, para nosotros, era sinónimo de seguridad, pero tuvimos que abandonar Myanmar en 2012, cuando yo solo tenía 11 años. Nuestra comunidad étnica, los Chin, había sufrido una persecución incesante que nos obligó a buscar refugio en un país vecino, Malasia.
Los recuerdos de nuestra aldea en Myanmar se vieron empañados por la implacable presencia del ejército birmano, que invadía con frecuencia nuestros hogares, amenazándonos y confiscando nuestros alimentos y pertenencias. Se nos negaba la libertad básica de practicar nuestras creencias religiosas, e incluso nuestras oraciones y canciones matutinas recibían quejas de los vecinos, que nos denunciaban a las autoridades.
Cuando nos establecimos en Malasia, los primeros años reflejaron las terribles experiencias de nuestra patria, un lugar envuelto en el miedo. Vivimos en la sombra durante una década, sin estar registrados en el ACNUR, desprovistos de los documentos esenciales que podrían protegernos. El temor perpetuo a la detención y la deportación a Myanmar, donde nuestras vidas estaban en riesgo, se cernía sobre nosotros.
Nuestra integración a la comunidad y nuestras esperanzas de pleno reconocimiento:
Sin embargo, en los dos últimos años empezó a vislumbrarse una transformación. Nos sumergimos en la comunidad, colaborando activamente con organizaciones no gubernamentales locales dedicadas a ayudar a personas refugiadas. En medio de los retos y la incertidumbre, encontramos un refugio seguro en el corazón de nuestra comunidad. Aunque algunos habitantes locales nos discriminaban, también descubrimos el apoyo de muchos otros. Empezamos a visualizar un futuro mejor si podíamos conseguir reconocimiento legal en Malasia.
El clima tropical y los sabores que nos recuerdan a la cocina de nuestro país nos hicieron querer a Malasia. Los sabores de platos como Issam pedis y Nasi Lamark aportaron un toque nostálgico a nuestra vida cotidiana. Aprovechamos la oportunidad de explorar distintos lugares del país y apreciar su magnífica belleza natural. A pesar del miedo constante derivado de nuestro estatus como personas indocumentadas, estábamos decididos a aprovechar al máximo nuestras vidas en este nuevo hogar.
Sin embargo, nuestro afecto por Malasia no estuvo exento de dificultades. La falta de reconocimiento legal por parte del gobierno planteaba obstáculos formidables para nuestra supervivencia. Para superar estos obstáculos, muchos de nosotros nos aferramos a la esperanza del reasentamiento, una oportunidad de acceder a derechos humanos fundamentales que se nos habían negado durante tanto tiempo.
En el corazón de nuestra comunidad resiliente yacía una esperanza profundamente arraigada: la esperanza de tener derechos humanos fundamentales, especialmente una educación de calidad para niños y niñas refugiadas que habían quedado olvidadas en la lucha por una vida mejor. Reconocimos que incluso cuando algunos y algunas de ellas asistían a centros de aprendizaje comunitarios, la calidad de la educación impartida distaba mucho de ser ideal, lo que dejaba sus posibilidades inciertas.
Otra aspiración es el derecho al trabajo, una oportunidad vital que podría permitirnos enviar a nuestros hijos e hijas a la escuela, pagar el alquiler, asegurarnos una vivienda y poner comida en la mesa. Además, el crucial registro de mujeres, niñas y niños en el ACNUR nos proporcionaría cierta aproximación a la documentación oficial, lo que facilitaría nuestra vida cotidiana. También reconocemos la necesidad de más formación lingüística, especialmente para las madres, para facilitar una mejor comunicación durante las visitas al hospital o los encuentros con la policía. Dominar el inglés o el malayo es indispensable, ya que vivimos temporalmente en Malasia.
Nuestro liderazgo y nuestras contribuciones:
En medio de nuestras dificultades, se produjo un importante punto de inflexión cuando, junto con muchas otras personas, me uní a Asylum Access Malasia como intérprete. La tarea no era nada fácil, ya que implicaba traducir historias de traumas pasados con las que nos sentíamos profundamente identificados. Sin embargo, en Asylum Access Malasia se trataba a los intérpretes con dignidad y respeto. Recibimos formación para mejorar nuestras aptitudes profesionales.
En una conmovedora muestra de unidad y apoyo, el Día Mundial de los Refugiados 2023 nos reunió en una cena de agradecimiento organizada por Asylum Access Malasia. Fue un momento de unión, resaltando que la organización extiende su apoyo a las personas refugiadas y solicitantes de asilo, independientemente de su origen étnico o procedencia.
En nuestra incesante búsqueda de esperanza y cambio, también tendimos una mano en nuestra oficina comunitaria, acompañando a otros miembros de la comunidad a los hospitales para apoyarles con la interpretación. Asumimos diversas tareas, demostrando que cada uno de nosotros tenía un papel que desempeñar a la hora de afrontar los retos de un sistema inhumano.
Nuestra historia refleja la evolución de nuestro liderazgo dentro de nuestra comunidad. A través de la perseverancia y la determinación de hacer una diferencia, encontramos nuestras voces y esperanza frente a la adversidad. Como personas refugiadas, nos convertimos en líderes por derecho propio, inspirando el cambio y construyendo un futuro mejor para nosotros y para quienes nos rodean.
Gracias por apoyarnos.
Con agradecimiento,
Nuam Pii